Conocí a Verónica Alcacer del Río en Jerusalén,
dos años antes del comienzo de la segunda Intifada.
Ya entonces, cuando yo trabajaba como corresponsal de radio en Oriente Próximo, comencé a seguir muy de cerca su trayectoria artística. Juntas asistimos a momentos históricos de esa zona del mundo, que Alcácer tradujo al lenguaje del arte. Gracias a ella, su público pudo captar esa realidad etérea que sólo capta el arte.
La artista española ha acercado otras formas de interpretar el mundo y la diversidad que en él habita, desde entonces. También otra forma de acercarse al cotidiano común.
La enorme sensibilidad de la artista, el lugar desde el que tiende a mirar, su capacidad para sentir el pálpito que subyace bajo lo aparente, su lenguaje multidisciplinar, hacen de ella una gran artista.